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Sólo, ante la potestad de la noche arequipeña,
he de pintar con música las palabras,
he de cantar con el silencio de majestuosos nevados,
al compás del latido del volcán señorial,
en el marco del alma blanca de la fría nieve,
y el espíritu de tan imponente paisaje.
Del encajonado valle, a la fría puna,
de la lava volcánica a la silvestre Moya,
del río Chili, al majestuoso vuelo del Cóndor planeador,
veloz vigía de extensas y bellas andenerías,
del majestuoso Cañón, a la helada pampa de gráciles vicuñas,
de las canteras de lava, a su monumental arquitectura,
callada y pacífica has regado con paz y bondad
la luz tradicional de un pueblo temperamental,
orgulloso y vehemente.
Del cielo azulado al río arador,
el sol de los Incas acaricia la primavera,
eterna y resplandeciente,
de manto mojado, de voz refrigerada;
aquí vive el volcán y todo lo que amo,
aquí corren las ágiles vicuñas,
del más fino y vistoso poncho,
aquí nace el cóndor, de las rocas montañosas,
del turbulento río, del profundo cañón,
aquí se multiplican los hijos del Cotahuasi y el Colca,
aquí el Andagua se remonta a eras geológicas.
aquí el Coropuna procrea los hijos perdidos.
Y el sillar, hija de la piedra volcánica,
se eterniza en manos firmes de antiguos canteros,
para forjar la madre blanca;
y más allá en el fin del mirar, como marco nupcial
se levantan los tres gigantes:
el Chachani11, el Misti y el Pichu Pichu.
¡Hay mi arequipa!
Blanca ciudad, hija endiosada del sillar,
orgullosa tierra, espíritu de hermosos nevados
aposento del Inca guerrero, que en sueño de volcanes tutelares
bajas en lava a las faldas del imponente Misti.
Estrella plateada que brillas en un límpido y diáfano cielo azul,
blanca gaviota que en pacífico vuelo dibujas verdes campiñas
de viento y sol,
tú te abres a la vida como las alas de tus palomas,
en blanca nieve, en ardiente sol, en verde campiña,
en pintorescas calles de piedra, adornada de señoriales casonas
y hermosos templos coloniales.
A ti te canto mi Arequipa, desde la profundidad de inmensos cañones
hasta la inmensidad de elevados nevados,
desde frígidas moyas, hasta soleados desiertos.
Tú partes el Ande con el soplo del río,
como dos mundos de un solo camino,
uno de gigantescos cóndores, fieros pumas y veloces vicuñas,
otro de frescas playas y soleadas campiñas.
Así eres celestial Arequipa, hija predilecta del sol,
madre blanca de un pueblo orgulloso,
de sangre Inca y rostro español, lumbre e hito histórico,
semilla de quien en cansado viaje pronuncia tu nombre a la eternidad,
¡Are quepay!
Y vuestra majestad, majestuosa Virgen,
de la lejana Chapi, de larga caminata,
en tumultuoso peregrinaje,
Blanca Madre de un pueblo religioso,
tú representas la bondad de este pueblo generoso.
Hoy, mi Arequipa, te he visto volar a la modernidad,
vestida de inmensos edificios,
desde lo más profundo de tu milenario cañón,
hasta el cenit de tus bíblicos volcanes,
aún así eres la misma, la de hermoso rostro,
como blanca nevada en suspiro de volcanes,
como los versos del poeta,
así eres, mi distinguida y conservadora ciudad.
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